domingo, 17 de abril de 2011

EL NIÑO Y EL ARTILLERO: EL ÚLTIMO BESO

Quien no ha visto la película interpretada por Charlton Heston, “55 días en Pekín” y no se ha enternecido durante las escenas en que el protagonista, un mayor (comandante) del Ejército norteamericano, se hace cargo de la hija de su compañero, otro oficial caído en el combate o, el final de la película “Boinas Verdes”, interpretada por John Wayne en la que también este, se hace cargo de un pequeño vietnamita al colocarle la boina verde sobre su cabecita ya que había perdido también al sargento que de él cuidaba. Son historias en las cuales, siempre se puede decir que son película pero que conmueven y que todo y ser ficción, son historias reales como la que tuvo lugar aquellos calurosos días del verano de 1921, en que por acción de las huestes de Abd-el-Krim, la Comandancia de Melilla se vino abajo, siendo uno de los mayores descalabros del Ejército español y aún y así, hubo muchos rasgos de valentía y heroísmo.

Esta, es una historia real, que encontré navegando por las páginas de la prensa de aquellos años. La crónica de dos personas que murieron a manos de los rifeños, el 9 de agosto de 1921, un pequeñín de dos años, al que un pobre artillero, de la 1ª Batería de Montaña del Mixto, herido con tres balazos, que se replegaba junto a otros, desde Annual a Monte Arruit, y que encontró llorando sólo en el borde de la carretera y junto al cadáver de su madre (4), que conducía a aquella maltrecha fuerza castigada por los rifeños llevándole con él, hasta que al caer la tarde del 23 de julio de 1921, arribaron a Monte Arruit.






En aquellos días de julio y agosto de 1921, habían buscado refugio en la posición de Monte Arruit tras el descalabro que había sufrido el Ejército español a manos de las huestes de Abd-el-Krim los restos del mismo y que provenían del resto de posiciones que ya habían caído, entre otras Annual. Con las tropas, no sólo llegaron militares sino también civiles entre ellos, niños. Sobre los niños, el Teniente Coronel D. Eduardo Pérez Ortiz, del Regimiento de Infantería de San Fernando, en su diario que más tarde se publicó bajo el título “18 meses de Cautiverio”, recordaba el detalle siguiente con respecto a los niños y el reparto del agua en aquel caluroso verano del 21 (textual) (7).

“…Niños pequeños se presentan con un cacharro, y, con su carita entristecida miran medrosos al que distribuye el agua, al oficial que vigila el reparto, y se sabe que alguien ha tomado su parte, pero… repiten: ¿quién es capaz de negársela? Cuando esta penosa labor que todos los días presencio termina, ocurre siempre lo mismo: nos han engañado; no puede haber tanta gente como raciones se nos han pedido…”

El cálculo de fuerzas militares que había en aquellas fechas en Monte Arruit, según dejó constancia D. Eduardo Pérez Ortiz, era la siguiente: (7)

Regimiento de Infantería de San Fernando nº 11: 670 individuos de tropa. Regimiento de Infantería de Ceriñola nº 42: 315 individuos de tropa. Regimiento de Infantería de África nº 68: 210 individuos de tropa. Regimiento de Infantería de Melilla nº 52: 130 individuos de tropa. Escuadrones de Caballería de Alcántara nº 14: 88 individuos de tropa. Fuerzas de Artillería: 450 individuos de tropa. Ingenieros Zapadores: 350 individuos de tropa. Intendencia : 12 individuos de tropa. Total fuerza combatiente: 2.225 hombres. Jefes y Oficiales del Regimiento de Infantería de San Fernando: 33. Jefes y Oficiales de otros Cuerpos: 77.


A la llegada de las tropas y civiles, se calcula en Monte Arruit debía de haber unas 3017 personas. Los víveres que había allí, para la manutención de todas esas almas que aguantarían 12 días de asedio, eran de 23 sacos de arroz, 16 de judías y 10 de garbanzos. Había también algo de café, y 209 litros de aceite. El resto de las viandas, provendría de lo que pudiese llevar cada uno en su zurrón y del sacrificio de los caballos que allí había. Otro gran problema fue el agua ya que esta, se debía de traer a la posición que ocupaba una superficie de unos 10.000 metros cuadrados de un pozo fuera del recinto. (8). Sobre las armas y municiones que en Arruit había, Celso Almuiña Fernández, cita en “El Desastre de Annual (1921) y su proyección sobre la opinión pública española”, que (textual) (8): “…Doce días va a durar el asedio de los rifeños a Monte Arruit, en donde han conseguido refugiarse un total de 3017 hombres los cuales disponían de escasas municiones y víveres…”

Las cantidades de víveres, ya se han mentado y con respecto a las municiones, D. Celso Almuiña cita: “…el Cuerpo que más logró reunir fue el regimiento de San Fernando, que al comenzar el asedio poseía 11 cargadores, o sea, 55 cartuchos por combatiente, con los que defendió en 12 días e hizo la mayor parte de las aguadas. Ceriñola por ejemplo, para 280 hombres tenía solo 200 fusiles, reunió 30 cartuchos por arma, y una caja en reserva que no llegaba a 200 cargadores…”


El asedio a Monte Arruit

De lo acontecido en la última posición que aguantaba tras la caída de Abarrán, Igueriben, Annual, Ben Tieb, Bufahora, Cheif, Dar Drius, Batel, Tistutin, de donde partía el ferrocarril a Melilla, y Zeluán, aquel caluroso verano de 1921, el rotativo madrileño “La Época”, del jueves 11 de agosto, daba a conocer, bajo el título “…La Tragedia de Monte Arruit…”, daba a conocer a la opinión pública, lo que en dicha posición acaeció durante su asedio, de la forma siguiente (textual): (9).

“…La Tragedia de Monte Arruit. La defensa heroica. Lucha imposible. Parlamentando con el enemigo. Nueva traición de los moros. El general Navarro en poder del enemigo. La hermosa página guerrera de Monte Arruit, que en el recuerdo de la actual contienda ocupará siempre un glorioso lugar, ha terminado con una traición de los moros, como la tragedia de Zeluán, como el inhumano episodio de Bu Ermana. El parte oficial, en su absoluto laconismo, no da detalles del doloroso hecho y particularmente no se ha tenido noticia ninguna, El publico que ha seguido con extraordinaria y justa ansiedad los episodios e incidentes de esta lucha homérica, espera con vivo interés detalles del desenlace.

Profundamente lamentan todos este triste término de la gloriosa tragedia entre cuyas víctimas figuran el valiente Primo de Rivera y el bravo comandante Simeoni. El baluarte de Monte Arruit, tan heroicamente sostenido, en lucha contra todas las penalidades, era jalón de gloria de esta lucha, que hacía olvidar otros dolores, otras hondas amarguras. Desde que se inició la retirada de las fuerzas del general Navarro, cumpliendo las órdenes del general en jefe, a través de los trágicos desfiladeros en los que los soldados españoles cayeron acribillados por las balas enemigas, todos han seguido con animación y creciente anhelo la terrible odisea.

Página honrosísima de esa retirada fueron las cargas de los valerosos soldados del Alcántara al mando del teniente coronel Primo de Rivera. Desde Dar Drius el repliegue a Batel y Monte Arruit, se hizo sosteniendo el prestigio de la bandera con una resistencia indomable, con un espíritu de abnegación increíble, con un valor heroico.

En torno al ilustre general Navarro se apiñaron unos cuantos centenares de españoles beneméritos. . Allí fueron recogidos los fugitivos de Anual y de otras posiciones, después de los primeros horrores de la tragedia. La entereza, el valor y el patriotismo de Casa Davalillo, prestó a todos nuevos alientos y la disciplina se mantuvo inquebrantable, y todos jefes y oficiales y soldados cumplieron en valor y en espíritu de sacrificio.

Día por día hemos seguido la lucha sangrienta y heroica librada en Monte Arruit, de la que apenas se sabía nada. Los partes del general Navarro eran siempre concisos, lacónicos, desesperantes; “No ocurre novedad”. Y se sabía que la posición estaba rodeada por miles de enemigos bien armados, que además disponían de cañones; que el cerco se apretaba cada día más, angustiosamente y que diariamente caían heridos o enfermos algunos soldados nuestros. Algunas veces el parte del general Navarro contenía una línea más, dando noticia de los muertos.


Un día agregaba: -Tengo que añadir a las novedades del día la muerte de Primo de Rivera y de Simeoni- En la posición había unos 400 hombres útiles y más de 300 heridos o enfermos, para cuya asistencia no había más que un médico, enfermo también, víctima de la fiebre. Los que quedaban en pie, jefes, oficiales y soldados, luchaban denodadamente en los parapetos con los fusiles y las ametralladoras. Si alguna vez flaqueó el espíritu de algún soldado antes de que pudiera contagiarse a otros, el general Navarro le dejaba ir, paternalmente, por si a favor de las sombras de la noche podían lograr el refugio de Melilla. ¡Cuantos días de zozobra y de angustia!, ¡Cuantos episodios heroicos y cuanto sacrificio!. Fue terrible la lucha contra el hambre. Faltaron las provisiones muchos días y, cuando llegaron los aeroplanos a aprovisionarles, los víveres eran insuficientes. Los sacos de pan, los paquetes de medicinas y las barras de hielo, caían muchas veces fuera del campamento y había que conquistarlos a tiros, en lucha rabiosa con los moros. Los jarqueños robaron los ganados de que habían podido disponer. Quedaron algunos caballos y cada día se mataba uno para poder comer. Y el último en tomar alimento era el general Navarro, padre más que jefe de aquel grupo de soldados beneméritos. Cuando se logre saber todos los detalles de esta desesperada lucha, aún resaltará más la personalidad del heroico general Navarro, figura gloriosa de esta lucha. Aún fue más espantosa la lucha contra la sed. Los bravos defensores del baluarte de Monte Arruit estuvieron hasta tres días sin agua.

Hubo que salir a conquistar la aguada en una contienda verdaderamente heroica, y a costa de la sangre de muchos hubo agua para todos. Pero en la apretura del cerco y con el aumento extraordinario del enemigo se perdió de nuevo la aguada, y apenas se tuvo ya más que el insuficiente auxilio de las barras de hielo. Y así un día y otro, en lucha desesperada, incomprensible, sostenida con el mismo heroico entusiasmo, con voluntad firmísima de resistir hasta el último instante, sacrificando la vida por la Patria, como Primo de Rivera, como Simeoni, como tantos otros. La gente se preguntaba ¿cómo no se acude en auxilio de esos valientes, para salvar a españoles tan dignos de admiración? Pero el auxilio era imposible, cual en Nador y Zeluán. ¡qué más hubiera querido el ilustre general Berenguer!. Para llegar a Monte Arruit hubiera sido preciso que una fuerza numerosa recorriera cerca de cincuenta quilómetros que le separaban de Melilla, atravesando una comarca sublevada, en que se concentrarían rápidamente más de ocho mil enemigos, perfectamente armados, perdiendo centenares de vidas de soldados no curtidos en la lucha. ¿Se podía en esos momentos afrontar un nuevo desastre? Si fuese tan sencillo llegar a Monte Arruit, el problema de Melilla, tan grave, tan difícil en estos momentos hubiese tenido tan solo una relativa importancia. La resistencia era ya imposible de sostener, por falta de medios, por falta de fuerzas en los hombres extenuados, aunque los espíritus esforzados empeñáronse en sostener la lucha. Era el sacrificio estéril, el holocausto de vidas inútil y se dio la orden de parlamentar, para estipular una capitulación honrosa y para que aquellos valientes volvieran con vida a Melilla.

En los parapetos de Monte Arruit se izó la bandera blanca, y el general Navarro contra su voluntad, consintió en parlamentar con los jefes de la jarca enemiga que llegaron a su presencia. Pero entonces ocurrió lo inaudito, la traición infame de la que habla el parte oficial, cual la desarrollada en la inicua tragedia de Zeluán. Cuando se habían suspendido las hostilidades y callaban las armas y el general Navarro parlamentaba con los jefes moros, acaso contra su voluntad y las órdenes de estos, la chusma mora asaltó la posición y penetro en ella a sangre y fuego. Esto demuestra el espíritu de insubordinación que cunde en la jarca y la falta de autoridad de sus jefes. Protegidos el general Navarro y su Estado Mayor por los moros notables, sus vidas fueron libradas del asesinato. Según el parte oficial, hállanse en la casa del caid Chellal. Todos los españoles formularan en estos momentos ardientes votos para que estas noticias se confirmen y para que el heroico general Navarro vuelva pronto a Melilla…” Cierto era.

Una vez los soldados españoles entregaron sus armas, los rifeños se abalanzaron sobre ellos entregándose a un verdadero baño de sangre. A tiros, a gumiazos, inflingiendo torturas y otro sinfín de salvajadas, fueron acabando con la vida de la mayoría de aquellos valientes. Prueba de ello, eran las narraciones en prensa aparecían en octubre de 1921, al recuperarse de nuevo por parte del ejército español aquella posición y el dantesco espectáculo que en ella encontraron, como quedará descrito en el diario “ABC” del 26 de octubre de ese año como en tantos otros rotativos de la época. De los defensores de Monte Arruit, sobre unos 3.000, los que no habían caído en el combate, marcharon al cautiverio con el general D. Felipe Navarro muy pocos de ellos ya que se calculaba que pudo haber entre 2.300 y 2.600 muertos. Sobre dicha carnicería, Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March en su libro “El Desastre de Annual”, mentaban que una vez el general Navarro había ordenado a la fuerza que entregaran las armas y empezaran a salir del campamento junto a los heridos y enfermos que habían sido colocados en camillas, (textual) (10): “…Ahora se encontraban a cincuenta metros de la posición ¡Como latirían los corazones de aquellos hombres que se alejaban camino de la libertad!. Cincuenta metros…. Se incorporaron de repente dos filas de moros que permanecían escondidos a la espera y empezaron a fusilar a los hombres de la columna desde todos los sitios. Los soldados se dispersaron huyendo locos de terror. Iban cazándolos a tiros o los apuñalaban. Surgieron centenares de moros que mataban y mataban, ensangrentándose las manos, las chilabas y las armas (…) El dia de le rendición habían en Monte Arruit más de dos millares de supervivientes. Allí estaban, ahora todos muertos. Los cadáveres cubrían las laderas. Y la sangre empapaba la trágica colina…” Para hacerse una idea de la matanza que hubo en Monte Arruit a manos de los rifeños, a fecha 8 de agosto de 1921 (un día antes de la rendición), quedaban 1.675 hombres en total contando a un General (D. Felipe Navarro, Barón de Casa Davalillos) y a los Jefes y Oficiales. Había habido hasta el momento, 660 bajas de las cuales, 258 habían fallecido y los 402 restantes, eran heridos (7). Dos de los que en Arruit estaban aquel 8 de agosto de 1921, eran el Artillero González Cabot y el pequeñín de 2 años recogido en la carretera.


El Artillero González Cabot

Esta, es la historia del Artillero Cabot, hijo de D. Agustín González Álamo, labrador de profesión y de doña Águeda Cabot Francés (3), el cual, había ingresado en el servicio el 27 de febrero de 1920 y de un niño, del que se desconoce por el momento su nombre y que quedó recogida en la Revista mensual madrileña “Nuestro Tiempo” correspondiente al mes de julio de 1922. Los hechos, quedaron plasmados de la mano del Teniente Coronel Diplomado en Estado Mayor D. Antonio García Pérez, de la forma siguiente (textual) (1). “…Como murió en África el heroico soldado Pedro González Cabot, que nació en Santisteban del Puerto (Jaén) el 28 de enero de 1898, según folleto publicado en la revista “Nuestro Tiempo”, en el número de julio de 1922. Por D. Antonio García Pérez. Teniente Coronel Diplomado de Estado Mayor. Se hace esta tirada por Acuerdo del Ayuntamiento de 13 de Diciembre de 1922…” Pedro González Cabot. “…Soldado de Artillería y héroe en los trágicos días del mes de julio. Llegan a Monte Arruit los fugitivos de otros campamentos, heroicos jirones de bellísimas defensas; sedientos y extenuados, muchos de ellos heridos, se acogen esperanzados a dicha posición; es el día 23.


Los hechos:

Herido de tres balazos, uno de ellos en el pecho, arriba a Monte Arruit el artillero Cabot; sobre sus hombros trae un niño, una criatura de dos años, hijo de una pobre mujer de Annual; el niño, completamente desnudo, apoya su cabeza sobre los sudorosos cabellos del humanitario soldado. Llegaron –escribe Pedro Mata- silenciosos uno y otro, cerrados los párpados de la criatura, sangrientos los ojos del soldado. El polvo del camino había puesto sobre ambos una espesa capa blanquecina. No se conocían. El herido, desangrado y febril, más débil que el niño, más sediento de amparo que aquella criatura desnuda, le halló abandonado y solo sobre la carretera; sobre el peso de sus heridas, que convertían en plomo sus músculos ágiles, quiso poner la dulce boca de aquella carnecilla tierna e inocente, y con ella, solo, sin ayuda de nadie, y con la vista puesta en el arco de Monte Arruit, llegó a la posición al caer de la tarde y sin pronunciar palabra acostóse tras el parapeto. Aquella noche durmieron juntos, como un padre y un hijo, sobre la dura tierra. Resistió después el soldado a sus heridas.

De la criatura sólo sabían los soldados que era un niño sediento, que bebía mucha, mucha agua… Durante los interminables días del asedio, entre el estruendo de las bombas y los ayes de los heridos, puso su nota amarga en Monte Arruit el llanto del niño que recorría, sin conciencia del peligro las resecas trincheras pidiendo a todos ¡agua!, ¡agua! Y cuéntase que hasta los más egoístas se desprendían de su pequeña ración, y aquí y allá, en este y en el otro parapeto se veía al pequeñuelo entre los brazos de algún soldado, que, enternecido, le entregaba el enorme tesoro de su cantimplora, casi exhausta. El soldado y el niño soportaron los amargos días de la defensa, el soldado velaba por aquella niñez desvalida y doliente, prodigándole todas las ternuras de su alma; el niño era el ángel con que Dios consolaba al buen soldado en sus tribulaciones por la patria. Monte Arruit se rindió famélico y sediento; salieron de su recinto los españoles con la majestad del dolor en sus semblantes; Cabot salió también con su pequeñuelo en los brazos; minutos después, aquellos indefensos españoles caían fusilados cobardemente por la traidora morisma. ¡Escena de sublime martirio!. Horrorizado Cabot, comprende resignadamente el término de su existencia; besa enternecido al niño; y como sí en su corazón de ángel hablase al Dios de sus íntimas creencias, así reza; -Padre nuestro que estás en los cielos…-.

El plomo rifeño corta la existencia del niño y del soldado… Cuando meses después recuperaron los españoles a Monte Arruit encontraron dos cadáveres unidos en estrecho abrazo. ¡Eran el del niño y el del artillero que murió poniendo el beso de su alma cristiana sobre la frente nacarina del niño infortunado!...” En prensa, concretamente el también rotativo madrileño “La Correspondencia de España”, uno de sus redactores, el Sr. Mata, daba a conocer esta historia a la opinión pública, de la forma siguiente bajo el título “…El soldado gigante y el niño abandonado…” aquel hecho (textual) (2): “…En Monte Arruit había una guarnición de cincuenta o sesenta soldados. El día 23, abandonadas ya todas las posiciones de primera línea, empezaron a acudir a ella tropas en gran número. Ya el día anterior algunos soldados que llegaron por la carretera, procedentes de Anual, hablaban de la derrota y del suicidio del general Silvestre.

El general Navarro había pasado por Monte Arruit, y se dirigió al Batel y a Dar Drius, donde, como es sabido, recogió la columna. Con los soldados que llegaban a Monte Arruit, sedientos, extenuados, se recibían las primeras noticias incompletas de la catástrofe. Anual, perdido; los campamentos, ardiendo; el material, abandonado; todos los jefes, muertos en la retirada… Por la gran arcada que da acceso a la posición iban entrando los soldados fugitivos, heridos muchos de ellos, amparándose unos en otros. Llegaban también algunos paisanos. La posición acogíales a todos.

Los últimos rayos del Sol, en el ocaso, alumbraron el día 23 tristes escenas. Un soldado de Artillería, alto como un gigante, llegó jadeando al pie de la posición y subió extenuado toda la empinada cuesta. Luego se supo que se llamaba García Cabot, y pertenecía a la primera batería de montaña del mixto. Venía herido de tres balazos, uno de ellos en el pecho.

En lucha mortal con el sudor y la fatiga y en una marcha de muchos kilómetros, habíase desgarrado la guerrera y la camisa, llenas de sangre. Sobre los hombros traía a cuestas un niño, una criatura de dos años –hijo de una pobre mujer de Annual-, completamente desnudo, que vencido por el cansancio y el miedo, se había dormido, y reclinaba la mejilla sobre los cabellos, húmedos de sudor, del soldado.

Llegaron silenciosos uno y otro, cerrados los párpados de la criatura, sangrientos los ojos del gigante. El polvo del camino había puesto sobre ambos una espesa capa blanquecina. No se conocían. El herido, desangrado y febril, más débil que el niño, más sediento de amparo que aquella criaturita desnuda, le halló abandonado y solo sobre la carretera, y sobre el peso de sus heridas, que convertían en plomo sus músculos ágiles, quiso poner la dulce losa de aquella carnecilla tierna e inocente, y con ella, solo, sin ayuda de nadie, con la vista puesta en el arco de Monte Arruit, llegó a la posición al caer de la tarde, y sin pronunciar palabra acostóse tras el parapeto.

Aquella noche durmieron juntos, como un padre y un hijo, sobre la dura tierra. Resistió después el soldado a sus heridas. De la criatura sólo sabían los soldados que era un niño sediento, que bebía mucha agua… Durante los interminables días del asedio, entre el estruendo de las bombas y los ayes de los heridos, puso su nota amarga en Monte Arruit el llanto de aquel niño, que recorría sin conciencia del peligro, las resecas trincheras pidiendo a todos ¡agua!,¡agua!. Ya cuéntase que hasta los más egoístas se desprendían de su pequeña ración, y aquí y allá, en este y en el otro parapeto, se veía al pequeñuelo entre los brazos de un soldado, que, enternecido le entregaba el enorme tesoro de su cantimplora, casi exhausta.

Después de la evacuación nada se ha vuelto a saber de García Cabot. Nada se ha vuelto a saber tampoco del niño sediento. Sobre las trágicas laderas del montículo dícese que se hallaron dos cadáveres, el de un hombre y un niño, estrechamente abrazados. No había otro (ilegible), pequeño en la posición como (ilegible) de unos días del gigantesco (ilegible) no lo dudéis: García Cabot huyó también el día de la matanza con su horrorizado pequeñuelo. Y allí, frente a la carretera, a pocos pasos de la posición, cayeron ambos, asesinados de la manera más cruel y repugnante.

Y he aquí el trágico final de una pequeña historia, conmovedora y sencilla, de dos niños, un ángel y un soldado, cuyos cadáveres fueron descubiertos dos meses después unidos en estrecho abrazo, sin que la muerte horrible y descarnada hubiera podido borrar el gesto del último beso que puso el artillero García Cabot sobre la frente blanca de aquel niño desconocido…” Nota: El redactor de “ABC”, citaba el primer apellido del Artillero como García cuando realmente era González, siendo el nombre y apellidos correctos, Pedro González Cabot.


Recuperación de Monte Arruit: Un espectáculo dantesco, un padre y un hijo abrazados

Meses después, al recuperar las fuerzas españolas la posición de Monte Arruit, encontraron dos cadáveres fuertemente abrazados. Uno de ellos correspondía al de un niño pequeño indocumentado. El otro, si llevaba documentación: “…Artillero Pedro González Cabot, nacido el 28 de enero de 1898 en Santisteban del Puerto, provincia de Jaén…” (4).

De hecho y con respecto a este hallazgo, el rotativo madrileño “ABC”, bajo el título “…La ocupación de Monte Arruit…” y firmado por D. Antonio Pugés al cual, el detalle del hombre besando al niño, no pasó desaperceibido, publicaba lo siguiente el 26 de octubre de 1921 (textual) (6): “…Crónica telegráfica de nuestro redactor. Melilla 24. Urgente. Recibido el 25. Esta mañana han ocupado nuestras tropas Monte Arruit. La operación se ha realizado sin que haya habido que disparar ni un solo tiro. El enemigo ha seguido la táctica que viene observando, y que consiste en no presentar combate en terreno llano donde sabe perfectamente que habría de salir de la aventura fuertemente quebrantado. Así ocurrió el dia que se ocupó Zeluán; así ha venido ocurriendo en todas las operaciones de avance por aquellos sitios en que el terreno no les ha sido propicio. La operación de hoy ha sido, pues simplemente un paseo militar, complementario del que se hizo hace días para ocupar Zeluán. Como en todas las operaciones de avance por esta zona, han tomado parte en la de hoy las columnas de los generales Sanjurjo, Cabanellas y Berenguer (D. Federico), que han llevado el mismo orden que en las anteriores.

La columna del general Sanjurjo marchó por la derecha; la del general Berenguer por el centro, y la del general Cabanellas por la izquierda., y esto ha sido todo en lo que a la operación se refiere. No se ha tardado en ella más que el tiempo necesario para recorrer la distancia que separa Zeluán de Monte Arruit, que es de unos siete kilómetros. Se izó la bandera española en la parte más alta de la posición, entre vivas y aplausos de las fuerzas, y con ello terminó la primera parte de la jornada de hoy, en que nada tuvieron que hacer las fuerzas combatientes.

En lo que llamamos segunda parte, su misión había terminado: la obra por realizar no era de conquista, no era de lucha; era la piadosa obra de recoger a los cadáveres y darles cristiana sepultura. Antes de entra en la posición hablamos brevemente los periodistas con el comisario y con el comandante general de Melilla, que acababan de visitarla.

Tanto el general Bereenguer como el marqués de Cavalcanti estaban conmovidisimos.-Vean ustedes lo que hay allí dentro-. Es un espectáculo mucho más desolador que el de Zeluán Y asi era, en efecto. Por todas partes montones de cadáveres y de huesos calcinados. A un capitán de estado mayor le hemos preguntado acerca del número de cadáveres que allí había, y su contestación fue breve, pero expresiva –la columna- nos dijo -la formaban unos 1.500 hombres. De estos se han salvado 30, 40 acaso 50; resten esta cantidad de la que formaba el total de la columna y este es el número de los cadáveres. Es imposible dar una sensación del espectáculo.


Igual que los de Zeluán, presentaban los cadáveres de Monte Arruit actitudes dolorosamente trágicas, señales inequívocas de las horribles torturas a que habían sido sometidos. A muchos de ellos les faltaban los brazos o las piernas; algunos tenían la cabeza separada del tronco. En la vertiente que forma la pequeña colina de Monte Arruit y al lado de una tapia, los cadáveres estaban alineados de cuatro en cuatro, como en formación. Esto confirma la información que se publicó en la Prensa a raíz de la rendición de Monte Arruit, en la que se decía que los soldados recibieron orden de formar para una supuesta retirada sin armas, siendo en este momento fusilados por los moros.

Ninguno pudo escapar. Los que lograron escaparse de los compañeros fueron acribillados a balazos unos metros más a la derecha o a la izquierda. La crueldad rifeña no perdonó a nadie, ni siquiera a los niños. En la explanada y cerca de una máquina agrícola destrozada, aparecían los cadáveres enlazados y con las caras juntas, como besándose, de un padre y un hijo todavía muy niño. ¿A qué seguir si tampoco lograríamos dar la sensación aproximada de lo que hemos visto? A donde la más exaltada imaginación –en todo lo que se refiere a crueldades y abominables profanaciones- pudiera llegar, han llegado los rifeños. La descripción detallada sería más pálida comparada con la realidad. Los trabajos de higienización y enterramiento dieron comienzo inmediatamente después de ser ocupado Monte Arruit. Con un pañuelo atado a la cara, dejando solo al descubierto los ojos, a falta de caretas protectoras, cogían los soldados con palas los cadáveres que colocaban en parihuelas, llevándolos después a los camiones que los conducían a zanjas abiertas para enterrarlos.


La impresión que los automóviles camiones era espantosa. Por un lado colgaba un brazo, por otro una pierna, por el de más allá un cráneo. Algunos cadáveres, por efecto de la colocación, quedaban dentro del camión medio erguidos como presidiendo aquel horrible montón de huesos medio descarnados. Un detalle que demuestra hasta que punto ha sido horrible la crueldad de los moros es que han sido desenterrados los cadáveres de aquellos héroes que en la defensa de Monte Arruit perdieron la vida generosamente.

Uno de estos se presume sea el del teniente coronel Primo de Rivera a quien se pudo identificar por la falta del brazo que hubo de amputársele y por tener un diente de oro.


Varios hermanos de la Doctrina Cristiana (La Salle de Melilla ) ayudaron activamente a la humanitaria obra del enterramiento. También ayudaron varios Padres franciscanos y dos Padres jesuitas. Otras de las notas dolorosas las constituían los muchos particulares que iban de cadáver en cadáver para ver si podían reconocer en algunos a sus hermanos o hijos. Igual que sucedió en Zeluán, la identificación es poco menos que imposible, y el esfuerzo que estos particulares ha efectuado ha resultado en general, inútil. Sin embrago algunos cadáveres han podido ser identificados o al menos esta ilusión se han forjado sus deudos.

Entre los diversos documentos hallados en Monte Arruit hay uno que revela la situación en que se encontraban nuestras fuerzas días antes de la rendición. El documento es un vale para sacar carne de caballo con objeto de racionar a 300 individuos. El vale está firmado por un teniente del regimiento de África y lleva fecha del 8 de Agosto, o se el día antes de la rendición.- Antonio Pugés…” Sobre este hallazgo, el de los cuerpos abrazados del Artillero González Cabot y del niño, en otro diario de la época, quedaba recogido en la forma siguiente (textual) (8): “…Un grupo hace saltar las lágrimas a cuantos le contemplan; son muchos soldados los que, a falta de un pañuelo, se secan los ojos con el dorso de la mano.

Un niño de cuatro a cinco años aparece abrazado a su padre; la muerte debió de sorprenderlos cuando este daba a su hijo su último beso; en la frente del chiquillo se posan los labios del padre, y en el rostro de aquél se advierte la expresión de un miedo horrible…”




Pie de foto: Fuente en Santiesteban del Puerto,en recuerdo del muy humanitario Cabo Artillero Pedro González.



Recuerdos conmemorativos Una fuente, recuerda en Santiesteban del Puerto (Jaén) al Artillero D. Pedro González Cabot y al niño, fallecidos en la vorágine de sangre que tuvo lugar aquel ya lejano verano de 1921 en el que Melilla, estuvo a punto de caer en manos de las huestes capitaneadas por Abd-el-Krim. (5).


Fuentes: 1). “Como murió en África el heroico soldado Pedro González Cabot, que nació en Santisteban del Puerto (Jaén) el 28 de enero de 1898, según folleto publicado en la Revista “Nuestro Tiempo”, por el Teniente Coronel Diplomado de Estado Mayor D. Antonio García Pérez. “Nuestro Tiempo, Revista mensual, de ciencias y artes, política y hacienda”. Núm. 283, págs. 46 a 48, Madrid, julio de 1922, 2). “La Correspondencia de España”, nº 23.137, págs.. 1 y 2. Madrid, lunes 21 de noviembre de 1921- 3). “Francis”, web en Internet, “Historia, Pedro González Cabot. 4). “El Pater Luís Artillero y Cabot”, “Congregación del Santísimo Cristo de la fe. Cristo de los Alabarderos. Tribuna Informativa nº III año 2007”. Por D. Manuel Aledo, Congregante del Santísimo Cristo de los Alabarderos. 5). Fotografía de la Fuente del Artillero Cabot, encontrada en “Jaenpedia” y cuyo autor, es Alejandro Fernández. 6). “ABC” pág. 7, Madrid, a 26 de octubre de 1921. 7) “18 meses de cautiverio” “De Annual a Monte Arruit, (Crónica de un testigo), del Teniente Coronel D. Eduardo Pérez Ortiz, edición de Jesús M. Sánchez. 8). “El Desastre de Annual (1921) y su proyección sobre la opinión pública española”, por Celso Almuiña Fernández. 9). “La Época, últimos telegramas y noticias de la tarde”, nº 25.465, págs.. 1 y 2, Madrid, jueves 11 de agosto de 1921. 10). “El Desastre de Annual” de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March.


Hans Nicolás i Hungerbühler, 17 de abril de 2011